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El fuego se adelanto a la excavadora
Cuentan los vecinos de la comuna de Lakabe, situada justo enfrente, en el monte, que este verano ha habido más gente que nunca en Artozki. Pero no es difícil imaginar que han sido unas vacaciones de lo más amargo, porque eran las últimas. A mediodía de ayer, Simón, uno de los vecinos más veteranos, abandonaba el pueblo, y a más de uno se le saltaban las lágrimas sólo de pensar que probablemente no volverá ya a ver su casa en pie. Se prevé que las máquinas acabarán hoy con este enclave, quizás el último habitado todavía en los valles del Irati y el Urrobi. Convertirán siglos de vida en un solar, como ocurrió antes en Itoitz o en la parte baja de Nagore.
En una de las pocas casas de Artozki, alguien denunció esto mismo pintando un enorme lema: «Políticos y forales, pobres anormales; ante 1.000 años de historia, no sois sino escoria». A mediodia de ayer, las llamas se habían comido unas cuentas letras, y es que a primera hora se produjo allí un incendio, y lo mismo ocurrió en otra casa situada al otro lado del pueblo. Al parecer, alguien decidió que era mejor que se las comiera el fuego a que las tumbara la excavadora.
La columna de humo sobre Artozki se elevó nada más salir el sol. Las autoridades habían fijado el día de ayer como el último para que los habitantes de Artozki en tres casas vive gente habitualmente, aunque el fin de semana se ocupan bastantes más abandonaran el pueblo.
Una veintena de vecinos y amigos de diferentes generaciones rumiaban sus recuerdos, con pocas ganas de hablar, al mediodía de ayer. Entre ellos destacaba Simón, uno de los ancianos; su vivienda cierra la plaza, justo frente al frontón en el que destaca una gran pintada de «Itoitz S.O.S». Su hermana Marcelina fue a buscarle sin poder evitar las lágrimas.
José Mari pertenece a la generación intermedia. Ha pasado allí casi todo este verano. Resalta que no hay nada mejor que un baño en el río que serpentea en las foces para combatir los calores sofocantes del pasado agosto. Y ratifica que estos meses han sido especiales, que no paraban de llegar coches al pueblo.
Queda otra generación, la de las hijas de José Mari, la de otros jóvenes que han aprendido allí a pescar, a cazar, o a nadar en el pantano de Usoz, en cuya cola se sitúa Artozki. Una adolescente entraba también llorando en una de las casas de la plaza, y otra mantenía un desafiante cara a cara con el guardia civil que le reclamaba la documentación y le exigía que dejara del reírse: «¿Qué quiere? ¿Que nos pongamos todos a llorar o qué?», le replicaba la joven.
La mayoría de los habituales de Artozki prefirió evitarse el disgusto de ver caer las casas, y, además, era día de labor. La despedida auténtica fue, para la mayoría, el domingo. Hizo un día espléndido, pero nadie estaba para fiestas. El cura celebró la última misa. Ayer, todavía varios sacerdotes de la zona negociaban con la Guardia Civil cómo sacar de la iglesia las últimas figuras de santos. Entre esta mudanza de última hora, el esfuerzo de los bomberos por apagar las llamas y la presencia de los periodistas, Artozki había perdido su eterna calma.
La suya ha sido una lenta agonía. De hecho, ya al principio del verano alguien decidió que era hora de borrarla del mapa, de modo que colocó una señal de «Prohibido el paso» allá donde se inicia la carretera que recorre el valle del Urrobi, pocos kilómetros arriba de Agoitz, tras superar la enorme presa del pantano. Las obras de las que habla esa señal, en realidad, no aparecen hasta mucho más allá, en Oroz-Betelu. Pero, al parecer, la Guardia Civil y la Policía Foral no querían curiosos en la zona.
Los vecinos afirman también que en los últimos días ha sido numerosa la presencia de uniformados en los montes de las inmediaciones, incluso con las caras pintadas, supuestamente para intentar descubrir si en Artozki se estaba organizando una resistencia tenaz, como la del «búnker» de Itoitz. Cuando Simón se marchó de su pueblo y los bomberos lograron sofocar las llamas manguera en mano desde el tejado, la Guardia Civil siguió identificando a los vecinos y tratando de descubrir quién prendió el fuego. «¿No ha visto usted nada? ¡Pero si vive en la casa de al lado!», se quejaba el uniformado. Nadie les ayudó. Al contrario, un vecino mostraba su indignación: «Como si no hubiera aquí mayor delito que ése...»
Hoy será seguramente la hora de las excavadoras. El colectivo Solidarios con Itoitz ha lanzado un llamamiento a acudir a Artozki para impedir la demolición y, en general, plantar cara al modelo de desarrollo que se esconde tras el proyecto de Itoitz. «Queremos salvar el río Irati para que nunca esté quieto. Queremos pueblos y ríos vivos, y no momias y esqueletos. No nos lo deben arrebatar. Nos pertenece», afirman. -
http://www.gara.net/orriak/P16092003/art53482.htm
piu fotos :
http://euskalherria.indymedia.org/eu/2003/09/9435.shtml
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