Plomo y gas lacrimógeno contra cocteles molotov y bazucas artesanales. Ignominia contra dignidad. Mas allá del significado simbólico de las barricadas, la comuna de Oaxaca es comparable con la de Paris por su impulso histórico. El poder (militar) recurre a sicarios porque su ejército sirve para desfiles y vergüenzas.
Ulises Ruiz dejará de ser lo que nunca fue -gobernador del estado de Oaxaca- después del primero de diciembre, y todo seguirá empeorando, pudriéndose y cayéndose a pedazos, porque el golpe de estado que al principio llamábamos fraude electoral es nacional y ahora tiene tintes militares y paramilitares, como cualquier otro vil pinochetazo, con la inmensa diferencia de que, en la histórica, legendaria y entrañable tierra de Juárez, ha comenzado una revolución que, armada de bombas molotov que expanden clavos en llamas con gasolina, bazucas artesanales o hechizas que disparan cohetones, escudos arrebatados al ejército disfrazado de policía, piedras, tubos y palos, llama la atención del mundo y lo mantiene en vilo. Esta revuelta, literalmente comparable con la comuna de París y ahora nuestra intifada, está armada también de una dignidad que creció y se hizo fuerte al calor de luchas anteriores, más bien locales y más o menos esporádicas, aunque también permanentes en muchos otros casos (la permanencia es tan fugaz como nuestros maestros de escuela), una actitud digna de admirar, reconocer y apoyar, una indignación lógica, explicable, un descontento acumulado durante muchas décadas de agravios y ofensas, una ira que tenía que despertar... y lo hizo. El paradigma de Goliat y el síndrome de David: botellas incendiarias contra vehículos antimotines o "tanquetas". Si los tanques de guerra y los llamados "mosquitos" (helicópteros artillados con un cañón de un lado y una ametralladora del otro, que dispara balas calibre 50, prohibidas por los tratados de Ginebra), no han hecho aparición aún en esta guerra es porque no pudieron en su momento con los zapatistas y ahora tienen su turno los escuadrones de la muerte, paramilitares, mercenarios y matones que cobran por bala que dé en el blanco (las que batieron a Brad Will, por ejemplo). Eso es lo que sigue, lo que siempre estuvo allí: la caravana de la muerte.
Pero cuando los gritos callejeros repiten "Ya cayó, ya cayó, Ulises ya cayó", festejan con alegría funeraria y alegoría sarcástica, más que un hecho previsible, un hecho más que previsible, para anunciar otro, igual de previsible: "¡Hoy voy a hacer, hoy voy a hacer una fogata con los de la PFP!" Y nada aquí es cuento ni hablada ni broma ni vacilada. No existen tácticas ni estrategias de contrainsurgencia capaces de contener al México bronco. Tampoco hay ejército ni policía que lo detenga. La alianza entre PAN y PRI está esmeradísima en propiciarlo, sacar al demonio del closet y recibir su machetazo. Para constatación recíproca de los dos polos de México, el pueblo y sus tiranos (radio, televisión, periódicos y revistas salinistas mediante), resulta que un estado de sitio no puede reprimir a una comuna y, muy por el contrario, alienta y estimula su entendible y justificable ira.
El cambio que anhelamos en este país no será pacífico. Saldrá a flote de un mar de sangre tratando de respirar entre gas lacrimógeno, balazos y golpes de tolete.
Vicente Fox dejará de ser lo que nunca fue -presidente de México- el primero de diciembre, y Felipe Calderón (Fecal), si se lo permitimos, llevará hasta sus últimas consecuencias la imposición, la usurpación, el golpe de estado, con una violencia inimaginable, impredecible, incontenible... salvo por la comuna de Oaxaca.
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