Estuvo 7 días sin poder salir. Sangre, muerte y pánico en la ciudad tomada por EE.UU. Quedo atrapado en el infierno de Fallujah, la ciudad rebelde iraquí bombardeada día y noche durante una semana por los EE.UU. Su odisea comenzó un lunes para terminar el lunes siguiente. Fares Dlimi, fotógrafo y corresponsal iraquí de AFP en ese bastión insurgente, debió esconderse de casa en casa, esquivar balas y cadáveres. Sólo la mano de un médico militar logró ponerlo a salvo, tras siete días de horror.
Dlimi vive en Fallujah. Fue uno de los habitantes que decidió quedarse cuando la ofensiva militar norteamericana amenazaba con caerle encima.
La noche se asomaba. Era lunes y el cielo se descolgó en un diluvio de fuego en el norte de la ciudad. La ofensiva había empezado, Dlimi se dio cuenta que estaba en el lugar equivocado en el peor momento, y decidió huir hacia el sur, hasta que la oscuridad lo atrapó en una casa abandonada.
Amaneció. "Quiero llegar a mi casa" pensó, pero miró a su alrededor y perdió el ánimo "renuncio, es demasiado peligroso". "Ni una sola casa se salvó". Sólo hay cráteres de bombas. Aparecen los tanques de EE.UU. intentado avanzar, como él, hacia el sur. Surgen los combatientes. Se desata el caos. "Las explosiones son tan potentes que me levantan del suelo. Corro. Me caen encima polvo, ladrillos y trozos de metal. Pierdo el conocimiento y cuando abro los ojos me encuentro en una casa", contó.
Cuando volvió en sí, ya era de noche otra vez. Decidió seguir. Para ello tenía que atravesar la vital calle 40 bajo el fuego de los francotiradores. "Corro como loco. La calzada está sembrada de cadáveres y hay heridos que se quejan, pero nadie puede ayudarlos", recuerda. Ya no puede avanzar. Esperará al otro día.
Es miércoles. Quiere surcar otra vez la bendita calle 40, pero allí se libra una batalla campal. "Veo tanques en llamas y a combatientes que se lanzan a la batalla con total desprecio por sus vidas. Se apoderaron de los tanques abandonados y comenzaron a maniobrarlos" hasta que les cayeron encima los misiles.
Avanza entre casas en ruinas, hasta que es noche otra vez. "El olor de la muerte está en todas partes. Veo a perros y gatos devorar cadáveres en las calles", se horroriza. Está agotado. Pero sin darse cuenta llegó al sur.
Jueves. Se dirigió a su casa en el barrio de Nazal. Fue por su auto para poder cruzar el Eúfrates y salir de la ciudad, pero no está. Un vecino se lo llevó y un obús les cayó encima.
Dlimi se dirigió hacia el río. Lo mejor era cruzar a nado. Pero aparecieron los helicópteros. La noche otra vez. "Aquello era el día del Juicio Final. Sólo se escuchaban los llantos y lamentos de las mujeres". Se durmió en una casa ocupada.
Viernes y aún en el infierno. Los estadounidenses llaman a los rebeldes a rendirse en la mezquita de Fardous. Pero teme una trampa. Otra vez de casa en casa. Los cadáveres de cuatro hombres con un balazo en la cabeza. Y gritos. "Entré en una casa y vi una mujer con dos nenes, uno herido en la pierna, y tres hombres tirados en el suelo", muertos. Los estadounidenses los mataron, dirá la mujer.
"La mujer estaba aterrorizada. Le dije que tomara la camisa blanca de su difunto esposo y me acompañara hasta la mezquita", donde aguardaba el ejército iraquí. Dlimi, la madre y los chicos son llevados hasta la estación de trenes, en los límites de la ciudad. Había allí unas 1.500 personas. Un encapuchado decidía con el dedo quién era combatiente. Y un médico militar iraquí le creyó: él era periodista, y lo ayudó.
Llega el sábado. El médico lo hace salir de la estación y le indica la ruta hacia Saqlawiya, 10 km al oeste de Fallujah. Camina tres kilómetros, atraviesa un retén en cuatro patas y llega a una granja. Se da cuenta: salió del infierno, y se deja caer agotado. "Tenía vértigos, el vientre hinchado. Comí y dormí todo el domingo". El lunes, Fares Dlimi consiguió llegar a Bagdad.
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